Los derechos de las mujeres deben ser una prioridad en la recuperación internacional
Es esencial que prioricemos la prevención de la violencia contra las mujeres durante la respuesta y recuperación de la COVID-19, y los hombres deben asumir su responsabilidad, reconocer sus errores y modificar sus actitudes y mensajes públicos, escribe Ban Ki-moon en El País.
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La COVID-19 plantea una serie de interrogantes nuevos y complejos para los líderes y los responsables políticos de todo el mundo. ¿Cómo podemos garantizar una producción rápida y una distribución equitativa de las vacunas? ¿Cómo debemos renovar los mercados laborales y las cadenas de suministro globales ante el impacto económico de la pandemia? ¿Cómo nos aseguramos de que los niños y niñas no pierden valiosas oportunidades a lo largo de sus vidas tras la interrupción de la enseñanza causada por los confinamientos y otras restricciones?
Sin embargo, bajo estas nuevas cuestiones subyacen algunos retos ya conocidos que reflejan las desigualdades sistemáticas y profundas de nuestro mundo, siendo la violencia y la discriminación contra las mujeres y las niñas uno de los problemas más graves.
La aparición del coronavirus ha acentuado desigualdades ya existentes para mujeres y niñas en muchos sentidos: desde la salud y la economía, hasta la seguridad y la protección social. Aun así, la pandemia también brinda la oportunidad de tomar medidas positivas y radicales para reparar las desigualdades persistentes en diversos ámbitos de la vida de las mujeres.
Como parte de esta reparación, es esencial que prioricemos la prevención de la violencia contra las mujeres durante la respuesta y recuperación de la COVID-19.
El Foro Generación Igualdad (GEF; por sus siglas en inglés), que se celebra esta semana en París, es una oportunidad clave para hacer frente a estos retos. Debería haber tenido lugar el año pasado para conmemorar el 25.º aniversario de la histórica Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, celebrada en Pekín.
La Declaración que se redactó a partir de esta conferencia sigue siendo el marco más completo para conseguir el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género. No obstante, las constantes desigualdades que la pandemia ha evidenciado demuestran que aún queda mucho camino por recorrer.
Esta es la razón por la que el encuentro del GEF en París es tan importante. Entre todas las otras prioridades que requieren la atención de los líderes se encuentran la oportunidad de renovar y reforzar el compromiso internacional con la igualdad de género, así como de garantizar una serie de resultados concretos, ambiciosos y transformadores para que los próximos 25 años sean sinónimo de progreso real y no de oportunidades desperdiciadas.
Como hombre nacido en una sociedad patriarcal, siempre he sido plenamente consciente de la discriminación a la que se enfrentan las mujeres y de la carga desproporcionadamente pesada a la que soportan debido a las crisis originadas por los hombres, desde conflictos y pobreza hasta el cambio climático.
Mi madre solía hablarme del peligro que supone para las mujeres dar a luz. Decía que las mujeres, antes del parto, se miraban los zapatos y se preguntaban si alguna vez se los podrían volver a poner. Me he acordado de estas palabras durante toda mi vida.
Mi infancia estuvo marcada por la Guerra de Corea, cuando mi familia fue expulsada de nuestro pueblo y vi cómo las mujeres tenían que rehacer sus vidas y reconstruir mientras a los hombres se les convocaba para luchar.
Por este motivo, como secretario general de las Naciones Unidas, estaba decidido a convertir los derechos de las mujeres y la igualdad de género en mi máxima prioridad. Por eso creé ONU Mujeres, una organización de la ONU dedicada a hacer frente a la discriminación y a promover la igualdad, y por eso he defendido los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que incluyen la igualdad y el empoderamiento entre sus principios fundamentales.
Me enorgullece decir que soy feminista, pero me decepcionan tanto otros hombres, incluso aquellos en posiciones de poder y responsabilidad, que siguen teniendo una mentalidad sexista y misógina y que, por sus acciones e inacciones, siguen oprimiendo y denigrando a las mujeres en público y en privado.
Las mujeres pagan un precio muy elevado por este error de los hombres. Un estudio llevado a cabo el año pasado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) pronosticó al menos 15 millones de casos nuevos de violencia doméstica en el mundo por cada tres meses que se extendiesen los confinamientos por la COVID-19.
Además, las mujeres siguen enfrentándose a una discriminación económica consolidada y persistente en todos los sectores. Las mujeres realizan mucho más trabajo no remunerado que los hombres y, aun cuando forman parte del mercado laboral, las empresas pertenecientes a mujeres hacen frente a una brecha de crédito mundial de 1,5 billones de dólares, lo que les impide invertir y expandir sus negocios.
Para que esto cambie, y debe hacerlo, los hombres en posiciones de liderazgo deben asumir su responsabilidad, reconocer sus errores y modificar sus actitudes y mensajes públicos.
Grupos como MenEngage están llevando a cabo un valioso trabajo para destacar la relación existente entre la violencia de género, la mentalidad misógina y las desigualdades sistemáticas generales relativas al cambio climático, la sanidad pública y el acceso a la justicia.
Se trata de una labor fundamental, pero si los hombres queremos demostrar de verdad que somos feministas, debemos ceder espacio, renunciar a determinados privilegios de los que nosotros y nuestros antecesores hemos disfrutado durante siglos, y dejar paso para las mujeres en posiciones de liderazgo.
Todos los participantes del Foro Generación Igualdad en París deben recordar las palabras de la pionera feminista francesa Simone de Beauvoir:
«Emancipar a la mujer es negarse a confinarla a las relaciones que tiene con el hombre... Cuando abolimos la esclavitud de la mitad de la humanidad, junto con todo el sistema de hipocresía que implica, entonces la división de la humanidad revelará su verdadero significado y la pareja humana encontrará su verdadera forma».